Intro: Andres de Tapia, who was on the expedition, wrote what is likely the first full telling of the Conquest of New Spain. His rough telling captures all the details that later versions by Gomara and Bernal Diaz would capture. It is assumed by historians that this was the guiding document for those later writings.
Below is the full Spanish version.
Read a sample English translation.
Relación hecha por el señor Andrés de Tapia, sobre la conquista de México.
Relación de algunas cosas de las que acaecieron al muy ilustre señor don Hernando Cortés marqués del Valle, desde que se determinó ir a descubrir tierra en la tierra firme del mar océano. El cual salió de la isla de Cuba, que es en las dichas Indias, y fue al puerto de la Villa Rica de la Veracruz, que es el primer nombre que puso a una villa que pobló y fundó en lo que él después llamó Nueva España.
Llevaba el dicho marqués una bandera de unos fuegos blancos y azules, e una cruz colorada en medio; e la letra della era: Amici, sequamor crucem, et si nos fidem habemus, vere in hoc signo vincemus.
Salió de la dicha isla de Cuba el dicho señor marqués no tan bastecido cuanto él quisiera para seguir su viaje, e fuese por de largo de la dicha isla de Cuba a un puerto que en ella está, que se llama Macaca, donde hizo hacer cierto pan de raíces, que se dice yuca, que nacen sembrándolo en unos montones de tierra, e salen como nabos; las cuales raíces antes de ser desmenuzadas e cocidas en cierta manera, son ponzoña e tósico, e después de ralladas y estrujadas e cocidas es pan y razonable mantenimiento: y de aquí deste puerto despachó ciertos navíos a la punta de la isla, e otro navío a otra isla que se llama Jamaica, con cosas de bastimentos de Castilla e con algún oro para que le mercasen dello desde pan que hemos dicho, e tocinos de puerco, porque en aquella isla lo había al presente más que en la isla de Cuba; y asimismo tuvo aviso que un navío de un vecino de Cuba venía cargado deste pan para lo ir a vender a cierta parte donde se cogía oro en la dicha isla; e mandó a ciertos de su compañía que fuesen en busca del dicho navío e por fuerza o de grado lo trajesen a la punta de la isla, que es do él había mandado ir sus navíos: lo cual fue hecho así como el dicho marqués lo mandó, e desta manera algund tanto basteció su armada, e pagó en ciertas joyas de oro lo que valie el bastimento e navío que así tomó, después de lo cual el dicho marqués anduvo perdido quince o veinte días entre unos bajos e islotes, e al fin fue a la villa de San Cristóbal del puerto de la Habana, que es en la isla de Cuba, do mercó de uno que tenie los diezmos de la dicha isla arrendados, y de otro que era receptor de unas bulas y en precio dellas le daban tocinos y pan, porque en aquella parte no se coge oro; e desto se acabó de bastecer, con algund otro bastimento que después mercó a los dichos vecinos, e lo fue a tomar a otro puerto que se dice Guaniguanico, que es en la misma isla de Cuba.
En el dicho puerto de Guaniguanico juntó el dicho marqués del Valle sus navíos, e repartió por ellos el bastimento que habie e la gente, e hizo capitanes a los cuales dio sus instrucciones segund le pareció que debían seguir las derrotas, e para cómo se habían de regir e gobernar la gente que cada uno llevaba; e luego que se desabrazó de la isla, dio en su armada untemporal que derrotó los navíos, e por la instrucción que les habie dado de por do habien de navegar aportaron todos a una isla pequeña que en la mar se halló, cerca de la tierra firme, a quien los indios della llaman Aquçamil, e de todos los navíos no faltó más de uno, de que después diremos. En la dicha isla se hallarien como dos mil hombres, e la isla será de cinco leguas por lo más largo e una y media o dos de ancho. Adoraban la gente della en ídolos, a los cuales hacien sacrificio, especial a uno que estaba en la costa de la mar en una torre alta. Este ídolo era de barro cocido e hueco, pegado con cal a una pared, e por detrás de la pared había una entrada secreta por do parecie que un hombre podía entrar y envestirse en dicho ídolo, e así debie ser porque los indios decían, segund después se entendió, que aquel ídolo hablaba. En esta isla se halló delante del ídolo, abajo de la torre, una cruz de cal de altor de estado y medio, e un cerco de cal y piedra almenado alrededor de ella, donde los indios dicen que ofrecien codornices e sangre dellas, e quemaban cierta resina a manera de incienso, e que esto hacien cuando tenien necesidad de agua, e haciéndolo llovie.
En esta isla se entendió por señas, o como mejor se pudo entender, que en la tierra firme que estaba frontero desta isla había hombres con barbas como nosotros, hasta tres o cuatro. El señor marqués del Valle dio ciertas joyas e cosas de rescate de las que él llevaba, a un indio porque llevase una carta e aquellos cristianos, e con este indio envió un bergantín e cuatro bateles e un capitán; e porque el indio decie que estaban cerca de la costa de la mar les escribió en la carta que aquellos bajeles los esperarien cinco días, e no más; e con esto se fueron el bergantín e bajeles, y estuvieron ocho días, e el indio que llevó la carta volvió a nuestra gente, e hizo señas que no querían venir, e así se volvieron todos a la dicha isla. E luego el dicho señor marqués mandó embarcar toda su gente, e se embarcó e hizo señal que todos hiciesen vela, e así lo hicieron, e improviso se tornó el viento tan contrario, que fue necesario tomar el puerto, sin poder hacer otra cosa, e tornarse a desembarcar.
E otro día estando en un navío el que esta relación da, e otros ciertos gentileshombres, vieron venir por la mar una canoa, que así se llama, que es en lo que los indios navegan, y es hecha de una pieza de un árbol cavada, e reconociendo que vinie a tomar tierra en la isla, salieron del navío en tierra, e por la costa se fueron lo más encubiertamente que pudieron, e llegando a donde la canoa quería tomar tierra, e la tomó, vieron tres hombres desnudos, tapadas sus vergüenzas, atados los cabellos atrás como mujeres, e sus arcos e flechas en las manos, e les hicimos señas que no oviesen miedo, y el uno de ellos se adelantó, e los dos mostraban haber miedo y querer huir a su bajel, a el uno les habló en lengua que no entendimos, e se vino hacia nosotros, diciendo en nuestro castellano: “Señores, ¿sois cristianos e cuyos vasallos?” Dijímosle que sí, y que del rey de Castilla éramos vasallos, e alegrose e rogonos que diésemos gracias a Dios, y él así lo hizo con muchas lágrimas, e levantados de la oración, fuemos caminando al real, y él llevó los dos compañeros suyos, que eran indios, consigo, e por el camino nos fue diciendo que habie diez años que yendo en un navío por la mar, no sabe a qué parte, más de que habie partido de la isla de Santo Domingo, e yendo a la tierra firme, hacia las Perlas, se les abrió el navío, e que trece hombres de él tomaron el batel y le pusieron una vela, e corrieron donde el viento los quisollevar. El navío se fue a fondo con los demás, e que a ellos los habie llevado Dios a aquella tierra, e que él habie trabajado de contentar a un señor indio en cuyo poder habie estado, e otro español habie tomado por mujer a una señora india, e que a los demás los indios les habien muerto; e que él sintió del otro su compañero que no quería venir, por otras veces que le había hablado, diciendo que tenía horadadas las narices y orejas e pintado el rostro y las manos; e por esto no lo llamó cuando se vino.***
El señor marqués se holgó mucho con este español, el cual servía de intérprete, y con él hizo llamar los indios de la isla, y les predicó y hizo amonestaciones, y les rogó que derribasen sus ídolos, y lo hicieron de buena voluntad, al parecer, e le pidieron imágenes, y se las dio de Nuestra Señora la Virgen María, e puso e hizo poner por toda la isla en partes y en la torre donde estaba el ídolo, cruces, e dando a los indios de lo que él tuvo que veía que les parecie bien, e así se partió de la dicha isla, e después supimos que cuando por allí algund navío venía, los indios salien a él en una canoa con una imagen de Nuestra Señora, e le daban de lo que tinien.
Partió el dicho señor marqués con su armada desta isla algo llegado a la tierra firme en busca del navío que le faltaba; e yendo por la derrota que habie mandado seguir, halló en un portezuelo el navío que le faltaba, el cual navío tenie por la jarcia de él mucho número de pelejas de conejos y liebres, y algunos pelejos de venados pequeños e grandes, e dijeron los españoles del dicho navío, que luego que allí llegaron vieron andar un perro español por la costa, e ladraba hacia el navío; e como saltaron en tierra el capitán del navío e algunos españoles, vieron una lebrela de buen talle, e se vino a ellos e los halagaba, e se volvió al monte, e les comenzó a traer conejos, y con esta lebrela cazaban los días que allí estuvieron, e tenían hecha alguna cecina de conejos e venados.
De aquí partió el señor marqués e fue a la punta que llamó de las Mujeres, porque todos los ídolos que en unas salinas que ende habie estaban, eran a manera de mujeres. Allí estuvo en dos días por falta de buen tiempo, e yo vi que en el navío donde yo estaba tomamos un pescado que llaman tiburón, que es a manera de marrajo, e segund pareció habie comido todas las raciones que daban de carne a los soldados e personas que iban en la armada, que como era de puerco salada, para la echar en [mojo] cada cual le ataba al bordo de su navío en el agua; y tomámosle en nuestro navío con un anzuelo y con ciertos lazos que le echaron por la veta do iba el anzuelo; e no podiéndolo subir con los aparejos porque daba mucho lado al navío, con el batel lo matamos en el agua, e como podimos lo metimos a pedazos en el batel y en el navío con los aparejos, e ternie en el cuerpo más que treinta tocinos de puerco, e un queso, e dos o tres zapatos, e un plato de estaño, que parecía después haberse caído el plato y el queso de un navío que era del adelantado Alvarado, a quien el señor marqués habie hecho capitán de un navío de los de su armada. Eran los navíos que llevaba trece, e irien en toda el armada quinientas y sesenta personas. Los navíos eran el mayor de hasta cien toneles, e otros tres de sesenta fasta ochenta toneles; de los demás de allí abajo, pequeños. La carne que se sacó del pescado comimos, porque estaba más desalada que la otra, y sabie mejor.
De aquí partió el armada e fue a un río, que llaman Tabasco a la provincia por do él pasa. Dejó los navíos mayores fuera en la mar, e metió la gente e artillería en los bajeles más pequeños, y entró con ellos por el río, donde le salieron ciertos indios de guerra, e con el intérprete les habló y prometió de no les tomar cosa alguna, ni consentirles hacer mal si lo recibiesen de paz e le escuchasen la razón porque allí era venido. Ellos tomaron de término para responder fasta otro día de mañana, y el dicho señor marqués se estuvo con su gente en sus bajeles en una islitilla que el río hacie; y segund pareció pedían el término para alzar su ropa. Otro día como a las diez, el marqués llegó su gente junto a la tierra en los bateles, e los indios se mostraban de guerra con sus arcos y flechas y varas, e tiraban hacia los bateles, y el marqués les tornó a requerir muchas veces que le recibiesen de paz, y que se lo rogaba tanto porque sabie que habien de ser destruidos si otra cosa hacien, e no quisieron, sino amenazarnos que si saltábamos en tierra que nos matarien; e así saltamos e ganóseles el pueblo, e en un patio de aposentos de la gente que sirvie a los ídolos del dicho pueblo se aposentó el dicho señor marqués y su gente; e después de recogida, puso esa noche guarda en su real, y por la mañana envió por tres partes alguna de su gente por caminos anchos que de pueblos salien, los cuales iban a buscar algunas cosas de yerbas e frutas para comer, e los caminos los llevaron a los unos e a los otros a las labranzas de los de aquel pueblo, e hallaron alguna gente con quien pelearon, e trajeron ciertos indios; e llegados al real dijeron cómo ellos se andaban juntando para no dar batalla e pelear a todo su poder para nos matar e comernos; e que estaba acordado entre ellos que si los cristianos los vencían, de servirlos dende en adelante como a señores, lo cual se entendió por el intérprete español de quien ya dijimos.
El señor marqués les habló e los envió por mensajeros, e los aseguró de que si quisiesen no pelear se les harie muy buen tratamiento e él los ternie como a sus hijos, y no volvieron con respuesta, más de que alguna gente que andaba de guerra entre unas acequias e rías decien a los nuestros que dende a tres días sería junta toda la tierra e nos comerien; e así se juntaron e parecieron una mañana. El marqués y toda su gente oyó misa, e salió a ellos; e porque la tierra es acequiada, e por el camino por donde habiemos de ir habie rías hondas, tomó con diez de caballo, de trece que tinie, e fuese sobre la mano izquierda de largo de la ría, para ver do podría encobrirse con unos árboles e dar en los enemigos o por las espaldas o por un lado, e la gente de pie se fue camino derecho pasando acequias; e como los indios sabien los pasos, que son más sueltos que los españoles, pasábanse por las acequias, e dende la otra parte nos tiraban muchas flechas y varas y piedras con hondas; e aunque matábamos algunos dellos con ciertos tirillos de campo que tiniemos, e con las ballestas, ellos hacien gran daño en nosotros por ser mucho número de gente como eran, e nos vimos en mucho peligro, e no sabiemos del marqués, porque no halló por do pasar a los enemigos, antes hallaba muchos malos pasos de acequias; e como los enemigos nos tuviesen ya cercados a los peones por todas partes, pareció por la retaguardia dellos un hombre en un caballo rucio picado, e los indios comenzaron a huir e a nos dejar algund tanto, por el daño que aquel jinete en ellos hacía; e nosotros creyendo que fuese el marqués, arremetimos e matamos a algunos de los enemigos, y el de caballo no pareció más por entonces: volviendo los enemigos sobre nosotros, nos tornaban a maltratar como de primero, e tornó a parecer el de caballo más cerca de nosotros, haciendo daño en ellos, por manera que todos lo viemos, e tornamos a arremeter, e tornose a desaparecer como de primero, e así que lo hizo otra vez, de manera que fueron tres veces las que pareció e le vimos, e siempre creyemos que fuese alguno de los de la compañía del marqués. El marqués con sus nueve de caballo volvieron a venir por nuestra retaguardia, e nos hizo saber cómo nos habie podido pasar, e le dijimos cómo habiemos visto uno de caballo e dijo: “Adelante, compañeros, que Dios es con nosotros”; e arremetió estando ya fuera de las acequias, e dio en los enemigos, e la gente de pie tras él, e así los desbaratamos, matando muchos de ellos y huyendo los demás a se guarecer en los malos pasos entre las acequias.
El marqués se volvió al real con su gente, e de algunos prisioneros que se habien tomado hizo mensajeros, e envió a decir a los enemigos que le pesaba del daño que en ellos habie hecho, e que todavía los ternie por amigos si ellos quisiesen venir a obidiencia; e vinieron ciertos señores e trajeron aves que acá llamamos gallinas de las Indias, e frutas de aquella tierra e otras cosas de bastimento, e dieron la obidiencia al dicho marqués, e les rogó que quitasen sus ídolos e pusiesen cruces en el lugar do los tinien, e ansi se hizo en lo que por allí vimos. E tomando algund maíz, que es una semilla de que ellos se mantienen, e algunas frutas, e enviádolo a los navíos, los señores de la tierra dieron al marqués veinte mujeres de las que ellos tinien por esclavas, para que moliesen pan; y después de andada la procisión el Domingo de Ramos, e dicha misa en el patio de los ídolos nos fuimos a embarcar. Decían los indios, que serien los que con nosotros habien peleado hasta cuarenta y ocho mil hombres, porque su manera de contar es de ocho en ocho mil, e decien que se habien juntado por copia seis veces ocho mil.
Salidos de aquí nos hizo buen tiempo para ir la costa abajo, e llegamos Viernes Santo al puerto de Sant Juan, que así le llaman los españoles. El marqués sacó la más de su gente en tierra, dejando guarda en los navíos, y en nombre del rey de Castiella, nuestro señor, fundó una villa a quien puso por nombre la Villa Rica de la Vera Cruz. Aquí vinieron indios de aquella tierra a le hablar, y nuestro español intérprete no los entendie, porque es la lengua muy diferente de la donde él habie estado; e dábannos los dichos indios algunas cosas que comiésemos, de frutas e pan de maíz, de lo que ellos comen. El marqués habie repartido algunas de las veinte indias que dijimos que le dieron, entre ciertos caballeros, e dos de ellas estaban en la compañía do estaba el que esto escribe; e pasando ciertos indios, una de ellas les habló, por manera que sabe dos lenguas, y nuestro español intérprete la entendie, y supimos de ella que siendo niña la habien hurtado unos mercaderes e llevándola a vender a aquella tierra donde se habie criado; y así tornamos a tener intérprete, e con él el marqués hizo llamar ciertos indios de los principales que por allí parecien, e les preguntó por el señor o señores de aquella tierra, e le dijeron que toda ella era de un gran señor que se llamaba Muteczuma, e que a él sirvien todos los otros señores de aquella tierra, porque en cada pueblo habie señor o gobernador, pero que todos eran vasallos de éste. Este Muteczuma se servía de sus vasallos de esta manera, que como él y sus antecesores fuesen extranjeros desta tierra do él señoreaba,
e oviesen entrado en ella so especie de religión, y creció mucho su partido, estando metidos en una isla que se hacie donde agora es la cibdad de México, e lo de alrededor era agua e acequias hondas, de manera que en algunas partes sembraban de cierta manera, viéndose con poder para ello hicieron guerra a los naturales de la tierra, e los que se les daban de paz, sin querer pelear con ellos, tomaban dellos cierto tributo e parias, y a los que vencían por fuerza de armas, no quiriéndoseles dar de paz, servíanse dellos como de esclavos, y tenien por suyo todo lo que los tales poseían; e demás de servir con sus personas e de sus hijos y mujeres desde que el sol salie fasta que se ponie en lo que les mandaba, si después en su casa les hallaban algo, también se lo tomaban los recabdadores de las rentas de los señores; y en esta costa habie destos algunos pueblos e provincias. Informado el marqués desto, procuró de hablar con algunos de los naturales de la tierra que vivien en esta sujeción, los cuales se les quejaron y pedieron los remediase, e él les ofreció que harie por ellos todo su poder, e que no consintirie que les hiciesen agravio. Envió la costa abajo a ciertos navíos ligeros a que viesen la costa, e que buscasen algund puerto, si habie. Visto esto, los indios que por Muteczuma en aquella parte residien, hazienle mensajeros que iban y vinien muy en breve, magüer haya setenta leguas desde el puerto de Sant Juan a la ciudad de México, donde Muteczuma estaba, y él mandó que diesen al marqués cierto presente de oro y plata, y en ello una rueda de oro y otra de plata, cada una tamaña como una rueda de carreta, aunque no muy gruesas, las cuales dicien que tinien hechas a semejanza del sol y de la luna. El marqués dio ciertas ropas de su persona, e gorras e calzas e collares de cuentas de vidrio de colores, para que llevasen a Muteczuma, y asimismo dio de lo que tuvo a los mensajeros y a otros señores de los que vinien a le ver y hablar.
E aquí hubo noticia de un motín que entre su gente se pensaba haber, e hizo prender a ciertos gentileshombres de su compañía, e meterlos en los navíos con buena guarda e irse a un puerto pequeño que está diez leguas abajo deste, porque era mejor tierra para pueblo de españoles e tinie más cerca buenas aguas e montes, e el marqués se fue por tierra la costa abajo con la más de su gente, e halló una cibdad en el camino adonde asimismo se le quejaron de agravios que Muteczuma e sus recabdadores les hacien, y él les dijo que a Muteczuma que le tinie por amigo, pero que no por eso consentirie que hiciese agravio alguno a ellos ni a otros que quisiesen ser amigos del dicho marqués; e así envió a rogar a Muteczuma e lo dijo a sus criados, que le rogaba que no quisiesen hacer agravio a los naturales de la tierra. Llegó el marqués al puerto donde habie mandado ir los navíos, e allí asentó el pueblo de españoles que había hecho en el puerto de Sant Juan, e halló a media y a una legua del puerto ciertos pueblos de indios que asimismo se le quejaron como los demás de agravios que recibien de ciertos recabdadores que a la sazón allí eran venidos a les pedir tributos e mandar que hiciesen otras cosas que ellos no solien hacer. El marqués les dijo lo que otras veces les habie dicho, e les certificó que serie su amigo, e no les consentirie hacer mal ni daño; e con este favor ellos acuerdan de dar en los recabdadores e gente que con ellos vinie, e ataron muchos dellos e les dieron de palos, e algunos se huyeron donde el marqués estaba, e como a él no le pesaba de la discordia que entre ellos oviese, solamente los amparó para que no los matasen, pero no del todo se los quitó de poder, e así hizo soltar algunos dellos, con quien envió a Muteczuma diciéndole que él era llegado en aquella tierra, e que habie hallado allí aquella gente suya a quien los de aquellos pueblos habían querido matar, e que él los habie amparado, e que le dicien que sin ser obligados a dar tributo se lo pidie, e como recién llegado a la tierra no sabie la razón que cada uno tinie o no; que él le hacie saber lo subcedido; e así quedaron rebelados contra el servicio del dicho Muteczuma todos aquéllos, e muy amigos del marqués e de los cristianos. Visto el marqués que entre los suyos habie algunas personas que no le tenían buena voluntad, e que destos e otros que mostraban voluntad de se tornar a la isla de Cuba donde habiemos salido, habie cierto número, habló con algunos de los que iban por maestros de los navíos, e a algunos rogó que diesen barrenos a los navíos, e a otros que le viniesen a decir que sus navíos estaban mal acondicionados; e como lo hiciesen así, dicíeles: “Pues no están para navegar, vengan a la costa, e rompeldos, porque se excuse el trabajo de sostenerlos”; e así dieron al través con seis o siete navíos, e en uno, que era la capitana en que él habie ido a aquella tierra, hizo meter todo el oro que le habien dado y las cosas que en aquella tierra habie habido, e enviolo al rey de Castilla, nuestro señor, que entonces era rey de romanos, electo emperador; e ovo personas españolas en su compañía que pusieron en plática e por obra de hurtar un navío pequeño, e salir a robarlo que llevaban para el rey. Sabido por el marqués prendió a algunos e hizo justicia de los más culpados, e a otros perdonó e hizo decir en su real cómo él quería enviar un navío, que era el mejor de los que allí habie, a la isla de Cuba; por tanto, que los que no quisiesen su compañía se podrían ir en él; e así vinieron algunas personas a le pedir licencia para se ir, y él se la daba, e dicie: “Porque yo determino de ganar de comer en esta tierra o morir en ella, échense todos los demás navíos al través, de más de los que se habien echado, e los que no quisieren seguir mi opinión, ahí queda ése en que se vayan”; e así los echó al través; e después que los otros fueron echados al través, echó también éste, e quedó certificado de quiénes eran los que no querían su compañía.
Es así que un Diego Velázquez, gobernador que era de la isla de Cuba, a quien el almirante don Diego Colón habie enviado a la dicha isla de Cuba por su teniente de gobernador, y el dicho Diego Velázquez con ayuda del marqués del Valle e de otros habie conquistado la dicha isla e tenido inteligencia en Castilla con los del consejo del rey, para que le diesen una cédula del rey, como se la dieron por donde le mandaba que no acudiese al almirante con la dicha isla e que tuviese la gobernación della: este Diego Velázquez, que teniendo la dicha gobernación se hizo rico, e habiéndosele muerto su mujer, procuró amistad con don Juan de Fonseca, obispo de Burgos, que a la sazón era presidente en el consejo de Indias, e señaló a algunos de los del consejo del rey pueblos de indios en la dicha isla, para los aprovechar. El dicho obispo pretendie casalle con una parienta suya, e así estaba hablado e concertado, e desta manera el dicho Diego Velázquez se creie que en el consejo del rey tener mucho favor, como supiese que un Francisco Hernández de Córdoba e otro vecino de la villa de la Trinidad, que es en la isla de Cuba, habien enviado un navío que tinien, con intención de pasar a unas islas que dicen de los Guanajos a traer gente para sus minas, con
una tormenta que les dio aportaron a una parte de la tierra firme, y habían descubierto en cierta parte de la costa, que es algo bajo de la isla de Cozumel, tierra poblada, determinó el dicho Diego Velázquez de enviar una armada, y enviola por la vía que aquel navío de los dos vecinos habie ido, e en ella por capitán a un su deudo, o que dicie que lo era, que se llamaba Juan de Grijalva. E éste fue e desembarcó con su gente donde el otro navío habie llegado, e allí peleó con los naturales de la tierra, e le mataron un hombre que se decía Juan de Guitalla, e al capitán dieron con una flecha por la boca, donde le derribaron un diente, e se tornó a embarcar con asaz peligro de su gente, e anduvo por la costa abajo, e viéndola poblada no se atrevió quedar en ella; y en tanto que este capitán era ido, platicose entre Diego Velázquez y el marqués del Valle que agora es, que entonces era vecino de la isla de Cuba, de que el dicho marqués fuese en busca del dicho Grijalva, e para esto se comenzó a hacer alguna gente; e como Diego Velázquez viese que el marqués gastaba largo de su hacienda, e hacie más gente de la que a él le parecie que bastaba, recelose e quisiera estorbar la ida al dicho marqués. El marqués estaba muy bien quisto de la gente que habie hecho, y el dicho Diego Velázquez no fue bastante para le estorbar la ida. E ansí el marqués salió de aquel puerto de la cibdad de Santiago, que es en Cuba, no tan bien bastecido cuanto fuera menester, e se fue por el largo de la isla basteciendo e llegando navíos e gente, como ya hemos dicho; e Diego Velázquez no dicie público que el marqués fuese contra su voluntad, ni el marqués tampoco publicaba que iba enemigo del dicho Diego Velázquez, puesto que el marqués dicie a sus amigos: “Ved si será bien que habiendo yo gastado toda mi hacienda, y tanta que con ella pudiera vivir en España, que acuda a Diego Velázquez con la tierra que hallare, e con lo que trabajaremos en buscarla”; e por esto Diego Velázquez pretendie ser suya la conquista y demanda que el marqués traie, magüer en ella no habie gastado mucho; porque el que esto escribe llegó al puerto de Cuba do es la cibdad de Santiago, e dije a Diego Velázquez cómo yo le iba a servir, e que quería ir a aquella jornada con el marqués del Valle; e él me dijo: “No sé qué intención se lleva Cortés para conmigo, y creo que mala, porque él ha gastado cuanto tiene y queda empeñado, y ha recibido oficiales para su servicio, como si fuera un señor de los de España; pero con todo holgaré que vais en su compañía, que no ha más de quince días que salió de este puerto, e en breve lo tomaréis, e yo os socorreré a vos y a los que más quisieren ir”. Juntámonos ciertos gentileshombres, e dionos de socorro a cada uno un libramiento de cuarenta ds. para que nos lo diesen en ropa en una tienda, que era lo que en ella se vendie del dicho Diego Velázquez. Con decirme a mí que era su sobrino e hacerme muchos ofrecimientos, me dieron en los cuarenta pesos de oro cosas que por diez pesos hobimos yo y otros mis compañeros más cantidad dellas en otras tiendas; e por esto nos hizo hacer obligaciones, a cada uno de los dichos cuarenta pesos, e se las hecimos e se los pagamos después.
Lo dicho en este capítulo es para que se entienda la razón que tuvieron después, de enviar armada de españoles contra el dicho marqués e contra sus compañeros, e sepa quien esto leyere que es así que cuando el navío de que hemos dicho se partió a traer lo que fasta entonces habíamos habido a nuestro rey, nos juntamos todos unánimes e dijimos al dicho marqués del
Valle nuestro parecer acerca de lo que temiemos que podrie suceder por la confederación y amistad que habie entre el obispo de Burgos, presidente de Indias, e Diego Velázquez; e de acuerdo de todos escrebimos a su majestad el emperador e rey nuestro señor, una carta firmada de todos o los más de los que habie en la compañía del marqués, e dada cuenta a su majestad de lo subcedido hasta entonces, le jurábamos e prometiemos que por lo que a su real servicio convinie e porque creiemos que Diego Velázquez con favor del obispo de Burgos podrie ganar o habrie ganado alguna provisión de su majestad en perjuicio de su patrimonio real, pidiéndole aquella tierra en gobernación, o mercedes en ella, e su majestad se lo concediese, creyendo ser como en alguna otra parte de las Indias de lo que fasta entonces estaba descubierto; por ende, que todas las cartas e provisiones de su majestad e su consejo que nos fuesen mostradas, las obedeceriemos como mandado de nuestro rey e señor, e cuanto a la ejecución del complimiento, suplicamos desde entonces dello e suplicaríamos hasta ser certificados que su majestad era informado de aquella nuestra relación e de lo que habiemos trabajado e pensábamos trabajar en su servicio; e para que otra cosa en contrario dello que le escrebíamos no se hiciese, que su majestad sin saber de qué hacía mercedes, no las hiciese, estábamos prestos de morir e tener la tierra en su real nombre fasta ver respuesta de esta carta que le escrebíamos. Ido el navío para España, hobo algunas revueltas entre los naturales de la tierra, e no queriendo los de un pueblo que se llama Tizapacinga dejar de hacer daño a otros, aunque el marqués se lo envió a decir que no lo hiciesen, el marqués fue a los castigar con cierta gente, e los castigó, magüer ellos se pusieron en armas; e dejando en la villa que habie poblado la gente que le pareció que bastaba para estar seguros, con toda la demás que tenía se partió la tierra adentro, por do le decían que era la vía para ir do Muteczuma estaba.
1 – AQUÍ HA DE ENTRAR LO DE LOS NAVÍOS DE GARA
A este tiempo ningún indio de los vasallos de Muteczuma había quedado, por no mostrar el camino, e como mejor los naturales de aquella tierra sabien, a casi a tiento lo iban mostrando; e después de haber andado el marqués con toda su gente poco más de veinte leguas de despoblado, salido de la tierra de estos que se habían dado por nuestros amigos, las cuales veinte leguas anduvo por cabe unos lagos salados de agua como de la mar e por tierra de salitrales, do el dicho marqués y su gente pasaron alguna necesidad de hambre, aunque más de sed, y llegó a un pueblo que se dice Zacotlán: preguntó al señor de él si era vasallo de Muteczuma, y él le respondió: “¿Pues quién hay que no sea vasallo dese señor?” El marqués del Valle hacie poner cruces en todos los lugares donde allegaba, e puestas en éste se partió de él con once de a caballo que en su compañía llevaba, y algunos peones, los más sueltos que le parecien, iba siempre descubriendo el campo; e subida una cuesta mandó decir al capitán de la gente de pie que caminase apriesa; e el marqués con los de a caballo se adelantó e fue a dar en ciertos indios que estaban por espías, que dicen que serían fasta ocho; e queriendo tomar alguno dellos para saber de dó eran, se defendieron e mataron de dos cuchilladas dos caballos, e hirieron a dos españoles, e al fin no pudieron tomar ninguno de los dichos indios a vida. Allí nos esperó el marqués,
porque ya era tarde, e llegamos a él puesto el sol, e supimos e vimos lo que he dicho. El marqués hizo poner sus centinelas e dormió allí aquella noche, e otro día levantó su real, e como a cosa de las ocho del día salía a nos tanto número de gente de guerra, que me parece que serient más que cient mill, e hay opiniones que eran muchos más de los que digo. Algunos de ellos nos aguardaron en ciertas quebradas hondas de unos arroyos que atravesaban el camino; e pasándolas con harto trabajo, nos metíamos en medio de ellos. Ayudábannos algo ciertos indios que iban con nosotros de los que se habien dado por amigos en la costa de la mar, de que ya dijimos. El marqués e los de caballo iban siempre en la delantera peleando, e volvía de cuando en cuando a concertar su gente, e hacerlos que fuesen juntos en buen concierto, e así lo iban. Hubo indios que arremetien con los de caballo a les tomar las lanzas; e así peleando se fue este día a aposentar a una casa de un ídolo que tinie alrededor de sí dos o tres casillas, e allí pusieron los españoles el hato que llevaban: salieron a pelear por la orden que el marqués les mandaba. Estuvimos en este cerro diez y ocho días, e teníase en el pelear esta orden.
Los indios venían ordinariamente a pelear con nosotros unas veces por la mañana, e otras algo más tarde, e otras veces a puesta del sol; e como probasen esto los tres días primeros, acordaron de para saber el daño que hacien en nosotros, venir a hablar al marqués e dijéronle que les pesaba mucho de que en aquella tierra se le hiciese enojo, y que era no por voluntad de ellos, sino que aquella gente que con nosotros peleaba era de otra nación, e que moraban tras de unas sierras que nos señalaban, e que ellos le dicien que no lo hiciesen, e que no querían hacer menos; e desta manera ordinariamente venían e traían algunas tortillas de pan e algunas gallinas, e cerezas e luego preguntaban: “¿Qué daño han hecho estos bellacos en vosotros?” El marqués les dicie que se lo agradecie, e que no era ninguno el daño que en nosotros hacien, e que le pesaba mucho del que ellos recibien; e con tanto se volvien, e los víamos entrar entre la gente de guerra que con nosotros peleaba; por manera que ellos probaron su fortuna en todas las horas del día e viendo que no les aprovechaba cosa alguna, dieron en nuestro real ciertas otras veces de noche, e iban algo aflojando en nos acometer; e el marqués, viendo que aflojaban, los iba a buscar por una e por otra parte del real, facia donde de noche viemos que habie humos e podría haber población, e siempre hallábamos pueblos e gente en ellos con quien pelear, e ellos vinien a nos buscar, aunque no tantas veces. Con que luego que allí llegamos, en este tiempo dieron al marqués ciertas calenturas, e acordó de se purgar, e llevaba cierta masa de píldoras, partió ciertos pedazos e tragóselos así duros; e otro día, comenzando a purgar, vimos venir mucho número de gente, e él cabalgó, e salió a ellos e peleó todo ese día, e a la noche le preguntamos cómo le había ido con la purga, e díjonos que se le había olvidado de que estaba purgado, e purgó otro día como si entonces tomara la purga.
El marqués posaba en la torre del ídolo, como ya hemos dicho, e algunas veces de noche, en lo que le cabía de dormir, miraba desde allí a todas partes para ver humos, e vio algo más que cuatro leguas de allí cabe unos peñoles de sierra e por entre cierto monte cantidad de humos, por do creyó haber mucha gente en aquella parte: e otro día partió su gente e dejó en el real la que le pareció, e luego que fueron dos o tres horas de noche comenzó a
caminar hacia los peñoles a tino, porque la noche era escura, e yendo como una legua del real, súpitamente dio en los caballos una manera de torozón, que se caien en el suelo sin poderlos menear; e el primero que se cayó e se lo dijeron al marqués, dijo: “Pues vuélvase su dueño con él al real”; e al segundo dijo lo mismo, e comenzámosle a decir algunos de los españoles: “Señor, mirá que es mal pronóstico, e mejor será que dejemos amanecer; luego veremos por dó vamos”. Él dicie: “¿Por qué miráis en agüeros? No dejaré la jornada, porque se me figura que della se ha de seguir mucho bien esta noche, e el diablo por lo estorbar pone estos inconvinientes”; e luego se le cayó a él su caballo como a los otros, e hizo un poco alto, e de diestro llevaban los caballos, que serían ocho, e así caminamos hasta que perdimos el tino de la vía de los peñoles, e dimos en una mala tierra de pedregales e barrancas, e atinando a una lumbrecilla que estaba en una choza, fuimos allá e tomamos dos mujeres: e unos españoles que el marqués habie puesto en un camino tomaron dos indios: éstos nos llevaron hacia los peñoles, e llegamos allá a amanecer, e los caballos iban ya buenos, e llegando cabo los peñoles a un pueblo grande que allí estaba, que se dice Zimpanzingo, como habíamos ido fuera de camino estaba la gente de él muy descuidada, e el marqués mandó que no matasen ningund indio, ni les tomasen cosa alguna, e cada uno de ellos salie de su casa, e haciéndoles señas que no oviesen miedo, se reposaron algund tanto, puesto que todavía huien; e luego que comenzó a salir el sol, el marqués se puso en un alto a descubrir tierra, e vio lo más de la población de Tascala, que desde allí se parecie, e llamó a los españoles e dijo: “Ved qué hiciera al caso matar unos pocos indios que habie en este pueblo, donde tanta multitud de gente debe haber”.
Tres o cuatro días antes desto habien venido ciertos indios al real, e traído al marqués cinco indios, diciéndole: “Si eres dios de los que comen sangre e carne, cómete estos indios, e traerte hemos más; e si eres dios bueno, ves aquí encienso e plumas; e si eres hombre, ves aquí gallinas e pan e cerezas”. El marqués siempre les dicie: “Yo e mis compañeros hombres somos como vosotros; e yo mucho deseo tengo de que no me mintáis, porque yo siempre os diré verdad, e de verdad os digo que deseo mucho que no seáis locos ni peleéis, porque no recibáis daño”; e luego que éstos se fueron, a la tarde, pareció atravesar por cabo un cerro mucho número de gente, e desde a poco vinieron al marqués de hacia aquella parte quince o veinte indios en compañía de unos mensajeros que vinieron a decir que venien a saber cómo estábamos, e qué pensábamos hacer. El marqués les dijo con los intérpretes dichos: “Os he ya avisado siempre que conmigo habláis, que no me mintáis, porque yo nunca os miento, e agora venís por espías e con mentiras”; e apartolos unos de otros, e confesaron que era verdad, e que aquella noche habien de dar en nosotros mucha cantidad de gente, e morir o matarnos. El marqués les hizo a algunos de ellos cortar las manos, e así los envió diciendo que a todos los que hallase que eran espías harie lo mismo, e que luego iba a pelear con ellos; e puesta su gente en orden hizo que los de caballo se pusiesen pretales de cascabeles, e ya anochecie cuando salió hacia do habie visto pasar la gente, e con el ruido que llevaban, e con haber visto sus espías
sin manos, se pusieron en huida, e el marqués los siguió hasta dos horas de la noche. E este capítulo se había olvidado de poner antes.
Pues como los indios vieron la buena obra que se les habie hecho en no los querer matar, e el marqués los llamó e les dijo con los intérpretes que llamasen a los señores, e los esperó con toda su gente cabo una fuente grande que cabo aquel pueblo está; vinieron algunos principales indios e trajeron cantidad de comida, e dijeron que agradecien mucho el daño que se les habie dejado de hacer e que sirvieren dende en adelante en lo que se les mandase, e llamarían a los señores de toda aquella tierra. El marqués les certificó que sabie que aunque le llevaban de comer eran ellos los que con nosotros peleaban, e que todo se lo perdonaba e les rogaba fuesen amigos, por excusar el daño que en ellos se hacie, pues veían lo poco que recibiemos. El marqués se volvió a su real, e mandó que no se hiciese daño a indio alguno dende en adelante.
Llegado el marqués al real, muy alegre de lo sucedido, dijo: “Yo creo que la guerra desta provincia placerá a Dios que hoy la hemos acabado, e que éstos serán nuestros amigos de aquí adelante, y conviene que pasemos a la tierra deste gran señor, de quien nos dicen”; e llamó a un indio principal que con él andaba, e se había ido en nuestra compañía desde la costa por capitán de cierta gente, e llamábase este indio Teuche, e era hombre cuerdo, e según él dicie criado en las guerras de entre ellos. Este indio dijo al marqués: “Señor, no te fatigues en pensar pasar adelante de aquí, porque yo siendo mancebo fui a México, y soy experimentado en las guerras, e conozco de vos y de vuestros compañeros que sois hombres e no dioses, e que habéis hambre y sed y os cansáis como hombres; e hágote saber que pasado desta provincia hay tanta gente, que pelearán contigo cient mill hombres agora, y muertos o vencidos éstos, vernán luego otros tantos, e así podrán remudarse o morir por mucho tiempo de cient mill en cient mill hombres, e tú e los tuyos, ya que seáis invencibles, moriréis de cansados de pelear, porque como te he dicho, conozco que sois hombres, e yo no tengo más que decir de que miréis en esto que he dicho, e si determináredes de morir, yo iré con vos”. El marqués se lo agradeció e le dijo que con todo aquello quería pasar adelante, porque sabie que Dios que hizo el cielo y la tierra les ayudarie, e que así él lo creyese. Antes de esto habie habido plática entre los españoles, y se hablaba en que serie bien hablar al marqués para que no pasase adelante, antes se volviese a la costa, e de allí poco a poco se ternie inteligencia con los indios, e se harie segund el tiempo mostrase que era bien hacerse, e así se lo habien hablado al marqués algunos en secreto; e él estando una noche en la torre del ídolo, habiendo alrededor della algunas chozas do los españoles se metien, oyó que en una de ellas fablaban ciertos soldados, diciendo: “Si el capitán quisiere ser loco e irse donde lo maten, váyase solo, e no lo sigamos”; e otros dicien que si le siguiesen habie de ser como Pedro Carbonero, que por entrarse en tierra de moros a hacer salto, se habie quedado él y todos los que con él iban, e habien sido muertos. El marqués hizo llamar dos amigos suyos, e les dijo: “Mirad qué están diciendo aquí; e quien lo osa decir, osado ha hacer. Por tanto conviene irnos hacia do está este señor que nos dicen”. E viniendo indios de Tascala, que es aquella provincia donde entonces estábamos, le dijeron: “Hecho hemos nuestro poder por te matar, e tus compañeros, e
nuestros dioses no valen nada para nos ayudar contra ti; determinamos de ser tus amigos e te servir, e rogámoste que porque estamos cercados de todas partes en esta provincia de enemigos nuestros nos ampares dellos, e rogámoste te vayas a la cibdad de Tascala a descansar de los trabajos que te hemos dado”. El marqués hizo poner cruces en el real e en la torre del ídolo e en otras partes alrededor, e mandó alzar el real e caminó con buen concierto para la cibdad de Tascala.
Llegados allí, el marqués se aposentó en unos aposentos de unos ídolos e mandó hacer señales e poner límites para donde los de su compañía llegasen, e nos mandó que de allí no pasásemos ni saliésemos, e así es verdad que lo complimos, e que para llegar a un arroyo a un tiro de piedra de allí, le pedíamos licencia.
Estos indios por todas partes de su provincia partían término con sus enemigos, vasallos de Muteczuma e de otros sus aliados; e cada que Muteczuma quería hacer alguna fiesta e sacrificio a sus ídolos, juntaba gente e enviaba sobre esta provincia a pelear con los de ella e a cativar gentes para sacrificar, puesto que muchas veces los de la provincia mataban mucha gente de los contrarios; pero muy averiguado parecía que si Muteczuma y sus vasallos y aliados quisieran poner su poder a dar cada cual por su parte en esta provincia, los desbarataran en breve y fenecieran la guerra con ellos; e así yo que esto escribo pregunté a Muteczuma y a otros sus capitanes, qué era la cabsa porque tiniendo aquellos enemigos en medio no los acababan en un día, e me respondien: “Bien lo pudiéramos hacer; pero luego no quedara donde los mancebos ejercitaran sus personas, sino lejos de aquí; y también queríamos que siempre oviese gente para sacrificar a nuestros dioses”. Estos de esta provincia no alcanzaban sal, ni en su tierra la habie, sino por grandes rescates la habien de sus enemigos comarcanos; e asimismo no alcanzaban oro ni ropa de algodón sino de rescate. El marqués estuvo allí con su gente ciertos días, e de los naturales de la tierra se venían muchos a vivir con los españoles e mostraban ser verdadera el amistad; e el marqués siempre que con ellos hablaba les encargaba mucho que dejasen sus ídolos: algunos dicien que el tiempo andando verien nuestra manera de vivir, e entenderien mejor nuestras condiciones e las razones que se les daban, e podrie ser tornarse cristianos. El marqués hacie poner cruces en todas las partes donde le parecie que estaríen preeminentemente, e con licencia de los indios hizo una iglesia en una casa de un ídolo principal, do puso imágenes de Nuestra Señora e de algunos santos, e a veces se ocupaba en les predicar a los indios, e les parecie bien nuestra manera de vivir, y de cada día se vinien muchos a vivir con los españoles. El marqués se partió de aquí habiendo tomado la más noticia que pudo de la tierra de adelante, e los indios de aquella provincia dijeron que irien con él a le mostrar hasta donde ellos sabien el camino; e dijeron cómo cuatro leguas de ahí habie una cibdad que se llama Chitrula (Cholula), que eran sus contrarios e señoría por sí, aliada e amigos de Muteczuma, que era en nuestro camino; e así salieron para esta cibdad en compañía de los españoles hasta cuarenta mill hombres de guerra, apartados de nosotros, porque así se lo mandaba el marqués.
Llegados a esta cibdad de Chitrula, un día, por la mañana, salieron en escuadrones diez o doce mill hombres, e traían pan de maíz e algunas gallinas, e cada escuadrón llegaba al marqués a le dar la norabuena de su llegada, e se apartaban a una parte, e rogaron con mucha instancia al marqués que no consintiese que los de Tascala entrasen por su tierra. El marqués les mandó que se volviesen, e ellos siempre dijeron: “Mira que estos de esta cibdad son mercaderes, e no gente de guerra, e hombres que tienen un corazón e muestran otro, e siempre hacen sus cosas con mañas e con mentiras, e no te querriemos dejar, pues nos dimos por tus amigos”. Con todo esto el marqués les mandó que volviesen a enviar toda su gente, e si algunas personas principales se quisiesen quedar, se aposentasen fuera de la cibdad con algunos que los sirviesen, e así se hizo. E entrando por la cibdad, salió la demás gente que en ella habie, por sus escuadrones, saludando a los españoles que topaban, los cuales íbamos en nuestra orden; e luego tras esta gente salió toda la gente, ministros de los que sirvie a los ídolos, vestidos con ciertas vestimentas, algunas cerradas por delante como capuces e los brazos fuera de las vestiduras, e muchas madejas de algodón hilado por orla de dichas vestiduras, e otros vestidos de otras maneras; muchos dellos llevaban cornetas e flautas tañendo, e ciertos ídolos cubiertos e muchos encensarios, e así llegaron al marqués e después a los demás echando de aquella resina en los encensarios, e en esta cibdad tinien por su principal dios a un hombre que fue en los tiempos pasados, e le llamaban Quezalquate, que según se dice fundó este aquella cibdad e les mandaba que no matasen hombres, sino que al criador del sol y del cielo le hiciesen casas a do le ofreciesen codornices e otras cosas de caza, e no se hiciesen mal unos a otros ni se quisiesen mal: e diz que éste traía una vestidura blanca como túnica de fraile e encima una manta cubierta con cruces coloradas por ella: e aquí tinien ciertas piedras verdes, e la una de ellas era una cabeza de una mona, e decían que aquéllas habían sido de este hombre, e las tenía por reliquias. En este pueblo el marqués y su gente estuvieron ciertos días, e de aquí envió a ciertos que de su voluntad quisieron ir a ver un volcán que se parecie en una sierra alta, cinco leguas de ahí, de do salie mucho humo; e para que de allí mirasen a una e a otra parte e trajesen nueva de la disposición de la tierra. A esta cibdad vinieron ciertas personas principales por mensajeros de Muteczuma, e hicieron su plática una e muchas veces; e unas veces decían que a qué íbamos e a dónde, porque ellos no tenían, donde vivien, bastimento que pudiésemos comer; e otras veces dicien que decía Muteczuma que no le viésemos, porque se moririe de miedo; e otras decían que no había camino para ir. E visto que a todo esto el marqués les satisfacía, hicieron a los mismos del pueblo que dijesen que do Muteczuma estaba habie mucho número de leones e trigres e otras fieras, e que cada que Muteczuma quirie las hacie soltar, e bastaban para comernos e despedazarnos. E visto que no aprovechaba nada todo lo que decían para estorbar el camino, se concertaron los mensajeros de Muteczuma con los de aquella cibdad para nos matar: e la manera que para ello daban era llevarnos por un camino sobre la mano izquierda del camino de México, donde habie mucho número de malos pasos que se hacían de las aguas que bajaban de la sierra do el volcán está; e como la tierra es arenisca e tierra liviana, poca agua hace gran quebrada, e hay algunas de más de cien estados en hondo, e son angostas, tanto que hay madera tan larga que basta a hacer de ella puentes en las dichas quebradas, e así les había, porque después las vimos. Estando para nos partir, una india de esta cibdad de Cherula, mujer de un principal de allí, dijo a la india que llevamos por intérprete con el cristiano, que se quedase allí, porque ella la quirie mucho e le pesaría si la matasen, e le descubrió lo que estaba acordado; e así el marqués lo supo e dilató dos días de su partida, e siempre les dicie que de pelear los hombres no se maravillaba ni recibie enojo, aunque peleasen con él; pero que de decirle mentiras le pesarie mucho, e que les avisaba en cosa que con él tratasen no le mintiesen, ni trajesen maneras de traición. Ellos se le ofrecien, que eran sus amigos e lo serien, e que no le mentirían ni le habien mentido, e le preguntaron que cuándo se querie ir: él les dijo que otro día, e le dijeron que querien allegar mucha gente para se ir con él, e les dijo que no quería más de algunos esclavos para que le llevasen el hato de los españoles: ellos porfiaron que todavía serie bien que fuese gente, e el marqués no quiso, antes les dijo que no quería más que los que le bastasen para llevar las cargas; y otro día de mañana sin se lo rogar vino mucha gente con armas de las que ellos usan, e segund pareció éstos eran los más valientes que entre ellos habie, e decien que eran esclavos e hombres de carga. El marqués dijo que se querie despedir de todos los señores de la cibdad; por tanto, que los llamasen; en esta cibdad no habie ningún señor principal, salvo capitanes de la república, porque eran a manera de señoría, e así se rigíen; e luego vinieron todos los más principales, e a los que pareció ser señores, hasta treinta dellos metió el marqués en un patio pequeño de su aposento, e les dijo: “Dicho os he verdad en todo lo que con vosotros he hablado, y mandado he a todos los cristianos de mi compañía que no os hagan mal, ni se os ha hecho, e con la mala intinción que tiniedes me dijistes que los de Tascala no entrasen en vuestra tierra; y magüer no me habéis dado de comer como fuera razón, no he consentido que se os tome una gallina, y heos avisado que no me mintáis; y en pago de estas buenas obras tenéis concertado de matarme, y a mis compañeros, e habéis traído gente para que peleen conmigo, desque esté en el mal camino por do me pensáis llevar; e por esta maldad que teníades concertada, moriréis todos, e en señal de que sois traidores, destruiré vuestra ciudad, sin que más quede memoria de ella: e no hay para qué negarme esto, pues lo sé como os lo digo”. Ellos se maravillaron, e se miraban unos a otros, e habie guardas porque no pudiesen huir, e también habie guarda en la otra gente que estaba fuera en los patios grandes de los ídolos para nos llevar las cargas. El marqués les dijo a estos señores: “Yo quiero que vosotros me digáis la verdad, puesto que yo la sé, para que estos mensajeros y todos los demás la oigan de vuestra boca, e no digan que os lo levanté”; e apartados cinco o seis de ellos, cada uno a su parte, confesaron cada uno por sí, sin tormento alguno, que así era verdad como el marqués se lo habie dicho; e viendo que conformaban unos con otros, los mandó volver a juntar, e todos lo confesaron así; e decían unos a otros: “Éste es como nuestros dioses, que todo lo saben; no hay para qué negárselo”. El marqués hizo llamar allí los mensajeros de Muteczuma, e les dijo: “Éstos me querien matar, e dicen que Muteczuma era en ello, y yo no lo creo, porque lo tengo por amigo, y sé que es grand señor, y que los señores no mienten; y creo que éstos me querían hacer este daño a traición, e como bellacos e gente sin señor que son, e por eso morirán, e vosotros no hayáis miedo, que demás de ser mensajeros, soislo de ese señor a quien tengo por amigo, e tengo creído que es muy bueno, e no bastará cosa que en contrario se me diga”. E luego mandó matar los más de aquellos señores, dejando ciertos dellos aprisionados, y mandó hacer señal que los españoles diesen en los que estaban en los patios, e moriesen todos, e así se hizo, e ellos se defendíen lo mejor que podían e trabajaban de ofender; pero como estaban en los patios cercados e tomadas las puertas, todavía morieron los más dellos. E hecho esto, los españoles e indios que con nosotros estaban, salimos en nuestras escuadras por muchas partes por la cibdad, matando gente de guerra e quemando las casas; e en poco rato vino número de gente de Tascala, e robaron la cibdad, e destruyeron todo lo posible, e quedaron con asaz despojo, e ciertos sacerdotes del diablo se subieron en lo alto de la torre del ídolo mayor e no quisieron darse, antes se dejaron allí quemar, lamentándose e diciendo a su ídolo cuán mal lo hacie en no los favorecer. Así es que se hizo todo lo posible por destruir aquella cibdad, y el marqués mandaba que se guardasen de no matar mujeres ni niños; e duró dos días el trabajar por destruir la cibdad, e muchos de los de ella se fueron a esconder por los montes y campos, e otros se iban a valer a la tierra de sus enemigos comarcanos. Luego pasados dos días, mandó el marqués que cesase la destruición, e así cesó: e dende a otros dos o tres días, segund pareció, se debieron de juntar muchos de los naturales del dicho pueblo, e enviaron a suplicar al marqués los perdonase e les diese licencia para se venir a la cibdad, e para esto tomaron por valedores los de Tascala. El marqués los perdonó, y les dijo que por la traición que tenían pensada habie hecho en ellos aquel castigo e tenía voluntad de asolar la cibdad, sin dejar en ella cosa enhiesta, e que así lo harie dende en adelante en todas las partes donde viese que le mostraban buena voluntad e le procuraban de hacer malas obras, porque éste tenie por muy malo, e no tenie en tanto que peleasen con él desde luego que a alguna parte llegase: e así se tornó la cibdad a poblar e le prometieron de ser amigos leales dende en adelante.
E de aquí despachó los mensajeros que de Muteczuma tinie, a los cuales habie hecho siempre mucha honra, e envió con ellos a dar cuenta al dicho Muteczuma de lo que en aquella cibdad habie hecho, y la cabsa porque lo hiciera, e cómo ellos habían levantado que él era en ello; pero que el marqués no le daba crédito, e que él se partie luego para allá. E luego que estos mensajeros se partieron, el marqués se partió de esta cibdad, por donde les pareció a los que habien ido a la sierra del volcán que debie ser el mejor camino; e fue un día a dormir cuatro leguas de ahí al pie del volcán, e otro día subió la sierra, e encima della halló gente que le salie a recibir e a traer comidad, e halló cierto albergue de casas de paja que los indios habien hecho para do reposasen, y allí dormió esta noche; porque en la sierra habie mucho monte se salió con toda su gente a un raso que en la sierra habie, porque le pareció que entre el monte habie mucha gente, llamó e hizo saber a ciertos señores e capitanes de aquella gente, diciéndoles: “Sabed que estos que conmigo vienen no duermen de noche, e si duermen es un poco cuando es de día; e de noche están con sus armas, e cualquiera que ven que anda en pie o entra do ellos están, luego lo matan; e yo no basto a lo resistir: por tanto, hacedlo así saber a toda vuestra gente, e decidles que después de puesto el
sol ninguno venga do estamos, porque morirá, e a mí me pesará de los que murieren”. E así mandó esa noche a todos los de su compañía estar apercibidos, e puso sus centinelas y escuchas, e vinieron algunos indios a espiar qué hacíamos, e las escuchas y centinelas los mataban: e en esto no se habló más por su parte ni por la nuestra. E otro día el marqués bajó la sierra, e desde a cuatro leguas de ahí halló una grand población en la costa de una laguna grande, y allí se aposentó, e le hicieron casas de paja do su gente se albergase e estuviese junta, e le dieron mucha comida. El marqués habló con el señor e con algunos principales deste pueblo e le dijeron cómo eran vasallos de Muteczuma, e en secretos se le quejaron del dicho Muteczuma, diciendo que las facie muchos y grandes agravios en los pedir tributos e cosas que no eran obligados a dar ni hacer; e aquí vinieron mensajeros de Muteczuma e trabajaron con su embajada de que el marqués no fuese a ver a Muteczuma, e él siempre les dijo que no lo dejarie de ver, porque le deseaba mucho hablar, e su venida no era por otra causa más que por le conocer e comunicar; e hacienle creer los dichos indios que no habie camino, si no era por agua, e con unas canoas muy pequeñas pasaban, determinó de hacer barcas; e en cuatro días que allí estuvo, supo que habie camino, aunque peligroso, porque habie de ir por una calzada de piedra que por el agua entraba, e a trechos tenía puentes de madera.
Partió el marqués con su gente deste pueblo, e así en él como siempre avisaba a los indios que no entrasen donde los españoles estaban, después de puesto el sol; e fue a dormir a otro pueblo en la costa de la dicha laguna, e allí vinieron espías por el agua en canoas pequeñas, e nuestras escuchas e centinelas les tiraban con ballestas a bulto, e así no saltaron en tierra. E otro día comenzó el marqués con su gente a entrar por una calzada angosta de piedra que por el agua entraba, e puentes a trechos como hemos dicho, e fue a dormir a un pueblo que está en el agua, e tuvo guarda como mejor pudo para que no le rompiesen las puentes ni la calzada; e de dos a dos horas o poco más, venían siempre mensajeros; e luego que fue el día caminó e salió desta calzada a tierra e fue a dormir diez millas de México a una población que estaba en la ribera de una laguna salada, e allí estuvo un día; e este pueblo era de un hermano de Muteczuma, e después que entramos en la tierra de Muteczuma, siempre nos dieron de comer de lo que tenían. E desde este pueblo fue el dicho marqués e su gente por otra calzada que por el agua entraba, fasta México, e Muteczuma le salió a recibir, habiendo enviado primero un su sobrino con mucha gente e bastimento. Salió el dicho Muteczuma por en medio de la calle, e toda la demás gente arrimada a las paredes, porque ansí es su uso, e hizo aposentar al marqués en un patio donde era la recámara de los ídolos, e en este patio habie salas asaz grandes donde cupieron toda la gente del dicho marqués e muchos indios de los de Tascala e Churula que se habien llegado a los españoles para los servir.
En este tiempo, poco antes que en México entrase el marqués, supo que los españoles que habie dejado en la costa poblados yendo a un pueblo de un vasallo de Muteczuma a le decir que les diese de comer, los del pueblo habien peleado con ellos e muértoles un caballo e un español, y herido a los más dellos. El marqués, después que reposó algo de aquel día que a México llegó, con el cuidado que de su vida y de los de su compañía tinie, andábase
paseando por dentro de su aposento, e vio una puerta que le pareció que estaba recién cerrada con piedra e cal, e hízola abrir, e por ella adentro entró y halló mucho grand número de aposentos, e en algunos dellos mucha cantidad de oro en joyas e en ídolos, e muchas plumas, e de esto muchas cosas muy para ver; e habie entrado con dos criados suyos, e tornose a salir sin llegar a cosa alguna dello. E luego por la mañana hizo apercibir su gente, e temiéndose como en la verdad era así e lo tinien acordado, que quitando una o dos puentes de las por donde habiemos entrado no pudiemos escapar las vidas, se fue a la casa de Muteczuma, en la cual habie asaz de cosas dinas de notar, e mandó que su gente dos a dos o cuatro a cuatro, se fuesen tras él. Muteczuma salió a él e lo metió a una sala donde él tenía su estrado, e con él entramos hasta treinta españoles e los demás quedaban a la puerta de la casa, e en un patio della el marqués dijo a Muteczuma con los intérpretes: “Bien sabéis que siempre os he tenido por amigo, e os he rogado por vuestros mensajeros que siempre conmigo se trate verdad, y yo en cosa no os he mentido, e agora sé que los españoles que dejé en la costa han sido maltratados de vuestra gente, y están los más dellos heridos, e han muerto a uno, e dicen algunos de los indios que los españoles prendieron peleando que esto se hizo por vuestro mandado; e para que lo quiero averiguar habéis de ir preso conmigo a mi aposento, donde seréis servido e bien tratado de mí e de los míos: e caso que tengáis alguna culpa de la que os ponen vuestros vasallos, yo miraré por vuestra persona como por mi hermano; e esto hago porque si lo disimulase, los que conmigo vienen se enojarien de mí, diciendo que no me daba nada de verlos maltratar; por tanto mandad a vuestra gente que desto no se altere, e tened aviso que cualquiera alteración que haya la pagaréis con la vida, pues es en vuestra mano pacificarlo”. Muteczuma se turbó mucho, e dijo con toda la gravedad que se puede pensar: “No es persona la mía para estar presa, y ya que yo lo quisiese, los míos no lo sufririen”; e así estuvieron en razones más de cuatro horas, e al fin se concertaron que Muteczuma fuese con el marqués, e lo llevó a su aposento, e le dio en guarda a un capitán, e de noche e de día siempre estaban españoles en su presencia, e él no dicie a los suyos que estaba preso, antes libraba e despachaba negocios tocantes a la gobernación de su tierra, e muchas veces el marqués se iba a hablar con él, e con el intérprete le rogaba que no recibiese pena de estar allí, e le hacie todos los regalos que pudie, e le dijo: “Estos cristianos son traviesos, e andando por esta casa han topado cierta cantidad de oro, e la han tomado: no recibáis dello pena”; a él dijo liberalmente: “Eso es de los dioses de este pueblo: dejad las cosas como plumas y otras que no sean oro, y el oro tomáoslo, e yo os daré todo lo que yo tenga; porque habéis de saber que de tiempo inmemorial a esta parte tienen mis antecesores por cierto, e así se platicaba e platica entre ellos de los que hoy vivimos, que cierta generación de donde nosotros descendimos vino a esta tierra muy lenjos (sic) de aquí, e vinieron en navíos, e éstos se fueron desde a cierto tiempo, e nos dejaron poblados, e dijeron que volvierien, e siempre hemos creído que en algund tiempo habien de venir a nos mandar e señorear; e esto han siempre afirmado nuestros dioses e nuestros adivinos, e yo creo que agora se cumple: quiero os tener por señor, e ansí haré que os tengan todos mis vasallos e súbditos a mi poder”; e ansí lo hizo, e hizo llamar a muchos de los señores de la tierra, y díjoles: “Ya sabéis lo que siempre hemos tenido creído acerca de no ser señores naturales de estas tierras, e parece que este señor debie ser cuyos somos, e ansí como a mí me tenéis dada la obediencia, se la dad a él, e yo se la doy”. E así puestos todos uno ante otro e Muteczuma primero, cada cual hizo su razonamiento ofreciéndose por vasallos e criados del dicho marqués, e poniéndose so su amparo; e esto fue una cosa muy de ver, lo cual hicieron con muchas lágrimas, diciendo: “Parece que nuestros hados quisieron en nuestro tiempo que se cumpliese lo que tanto ha que estaba pronosticado”; e así el marqués les respondió e consoló, e prometió a Muteczuma que siempre mandarie en su tierra como antes, e serie tan señor e más, porque se ganarien otras tierras de que también fuese señor como desta suya; e Muteczuma le dijo: “Váyanse con estos míos algunos vuestros, e mostrarles han una casa de joyas de oro y aderezos de mi persona”; e quien esto escribe e otro gentilhombre fueron por mandado del marqués con dos criados de Muteczuma, e en la casa de las aves, que así la llamaban, les mostraron una sala e otras dos cámaras donde habie asaz de oro e plata e piedras verdes, no de las muy finas, e yo hice llamar al marqués, e fue a verlo, e lo hizo llevar a su aposento. Después que Muteczuma vio la manera de la conversación de los españoles, parecie holgarse mucho con ellos, e así es que todos le hacien todo el placer posible, e a él le vinien a servir sus criados e le trayen cada vez que comie más que cuatrocientos platos de vianda en que habie frutas e yerbas e conejos e venados e codornices e gallinas e muchos géneros de pescados guisados de diversas maneras, e debajo de cada plato de los que a sus servidores les parecie que él comerie, venía un braserico con lumbre; e sabed que siempre le traían platos nuevos en que comie, e jamás comie en cada plato más de una vez, ni se viste ropa más de una vez; e lavábase el cuerpo cada día dos veces. En este tiempo Muteczuma avisó al marqués que un su sobrino, que se decía Cacamací, señor de una cibdad que está en la costa desta laguna e de mucha otra tierra e pueblos, era hombre mal reposado, e como mozo era deseoso de guerra; por tanto que convinie que le pusiese cobro en él; e el marqués así lo hizo, e lo encomendó a ciertos gentileshombres españoles. Este Muteczuma tenía una casa con muchos patios e aposentos en ella, donde tinie ropa y otras cosas, e en esta casa, en algunos patios della, tenía en jaulas grandes leones e tigres e onzas e lobos e raposos, en cantidad cada uno por sí; e en otros patios tenía en otra manera de jaulas halcones de muchas maneras e águilas e gavilanes e todo género de aves de rapiña, era cosa de ver cuán abundantemente daban carne a comer a todas estas aves e fieras, la mucha gente que habie para el servicio de éstas; e habie en esta casa en tinajas grandes e en cántaros culebras e víboras asaz; e todo esto era nomás que por manera de grandeza. En esta casa de las fieras tenía hombres monstruos y mujeres: unos contrechos, otros enanos, otros corcovados, e tenía otra casa donde tenie todas las aves de agua que se pueden pensar, e de otra manera de aves, cada género de aves por sí; y es ansí sin falta, que en el servicio destas aves se ocupaban más de seiscientos hombres, e habie en la misma casa donde apartaban las aves que enfermaban e las curaban: en la casa destas aves de agua tenía hombres y mujeres todos blancos, cuerpo e cabello e cejas. El patio de los ídolos era tan grande que bastaba para casas de cuatrocientos vecinos españoles. En medio dél había una torre que tinie ciento y trece gradas de a más de palmo cada una, e esto era macizo, e encima dos casas de más altor que pica y media, e aquí estaba el ídolo principal de toda la tierra, que era hecho de todo género de semillas, cuantas se pudien haber, e estas molidas e amasadas con sangre de niños e niñas vírgenes, a los cuales mataban abriéndolos por los pechos e sacándoles el corazón e por allí la sangre, e con ella e las semillas hacían cantidad de masa más gruesa que un hombre e tan alta e con sus cerimonias metían por la masa muchas joyas de oro de las que ellos en sus fiestas acostumbraban a traer cuando se ponían muy de fiesta; e ataban esta masa con mantas muy delgadas e hacien desta manera un bulto; e luego hacien cierta agua con cerimonias, la cual con esta masa la metien dentro en esta casa que sobre esta torre estaba, e dicen que desta agua daban a beber al que hacien capitán general cuando lo eligien para alguna guerra o cosa de mucha importancia. Esto metien entre la postrer pared de la torre e otra que estaba delante, e no dejaban entrada alguna, antes parecie no haber allí algo. De fuera de este hueco estaban dos ídolos sobre dos basas de piedra grande, de altor las basas de una vara de medir, e sobre éstas dos ídolos de altor de casi tres varas de medir, cada uno; serían de gordor de un buey, cada uno: eran de piedra de grano bruñida, e sobre la piedra cubiertos de nácar, que es conchas en que las perlas se crían, e sobre este nácar pegado con betún, a manera de engrudo, muchas joyas de oro, e hombres e culebras e aves e historias hechas de turquesas pequeñas e grandes, e de esmeraldas, e de amatistas, por manera que todo el nácar estaba cubierto, excepto en algunas partes donde lo dejaban para que hiciese labor con las piedras. Tenían estos ídolos unas culebras gordas de oro ceñidas, e por collares cada diez o doce corazones de hombre, hechos de oro, e por rostro una máscara de oro, e ojos de espejo, e tinie otro rostro en el colodrillo, como cabeza de hombre sin carne. Habrie más de cinco mill hombres para el servicio deste ídolo: eran en ello unos más preeminentes que otros, así en oficio como en vestiduras; tenían su mayor a quien obedecían grandemente, e a éste así Muteczuma como todos los demás señores lo tinien en gran veneración. Levantábanse al sacrificio a las doce de la noche en punto: el sacrificio era verter sangre de la lengua e de los brazos e de los muslos, unas veces de una parte y otras de otra, e mojar pajas en la sangre, e la sangre e las pajas ofrecien ante un muy grand fuego de leña de robre, e luego salían a echar encienso a la torre del ídolo. Estaban frontero de esta torre sesenta o setenta vigas muy altas, hincadas, desviadas de la torre cuanto un tiro de ballesta, puestas sobre un teatro grande, hecho de cal e piedra, e por las gradas dél muchas cabezas de muertos pegadas con cal, e los dientes hacia afuera. Estaba de un cabo e de otro destas vigas dos torres hechas de cal e de cabezas de muertos, sin otra alguna piedra, e los dientes hacia afuera, en lo que se pudie parecer, e las vigas apartadas una de otra poco menos una vara de medir, e desde lo alto dellas fasta abajo puestos palos cuan espesos cabien e en cada palo cinco cabezas de muerto ensartadas por las sienes en el dicho palo: e quien esto escribe, y un Gonzalo de Umbría, contaron los palos que habie, e multiplicando a cinco cabezas cada palo de los que entre viga y viga estaban, como dicho he, hallamos haber ciento treinta y seis mill cabezas, sin las de las torres. Este patio tenía cuatro puertas; en cada puerta un aposento grande, alto, lleno de armas; las puertas estaban a levante y a poniente, y al norte y al sur.
Muteczuma, cuando lo prendió el marqués, envió por el señor del pueblo que habie peleado con los españoles en la costa, e dio un sello con cierto carácter en él figurado, el cual se quitó del brazo, e dijo al marqués: “Váyanse dos de vuestros hombres con estos mensajeros que yo envío, e trairán al que ha hecho el daño en vuestra gente”. Esto porque el marqués se lo pidió ansí, e dijo a sus mensajeros Muteczuma: “Id y llamad a Qualpupoca (que así se llamaba el señor); e si no quisiese venir por la creencia de esta mi seña, haréis gentes de guerra en mi tierra, e iréis sobre él e destruildo e prendeldo por fuerza, e no vengáis sin él, e mirad por esos cristianos mucho”. Fueron e trajéronlo, e confesó haber él hecho el daño en los españoles, en caso que dijo que Muteczuma se lo habie mandado. El marqués hizo sacar de los almacenes de armas que hemos dicho, todas las que hubo, que eran arcos e flexas e varas e tiraderas e rodelas e espadas de palo con filos de pedernal, e serien más que quinientas carretadas, e hizo quemarlas e con ellas a Qualpupoca, e para esto dijo que las quemaba para quemar aquél.
El marqués fue al patio de los ídolos, e habie enviado de su gente por tres o cuatro partes a ver la tierra, e ciertos dellos a apaciguar cierta tierra que Muteczuma dijo que se le rebelaba, ochenta leguas de México, e otros eran idos a recoger oro por la tierra en esta manera: que Muteczuma enviaba por su tierra mensajeros que iban con españoles, e llegados a los pueblos, dicien al señor del pueblo: “Muteczuma y el capitán de los cristianos os ruegan que para enviar a su tierra del capitán, les deis del oro que tuviéredes”; e así lo daban liberalmente, cada cual lo que quirie. Así que a la sazón que el marqués fue al patio de los ídolos, tinie consigo poca gente de la suya; e andando por el patio me dijo a mí: “Sobid a esa torre, e mirad qué hay en ella”; e yo sobí e algunos de aquellos ministradores de la gente subieron conmigo, e llegué a una manta de muchos dobleces de cáñamo, e por ella habie mucho número de cascabeles e campanillas de metal; e quiriendo entrar hicieron tan grand ruido que me creí que la casa se caie. El marqués subió como por pasatiempo, e ocho o diez españoles con él; e porque con la manta que estaba por antepuerta, la casa estaba escura, con las espadas quitamos de la manta, e quedó claro. Todas las paredes de la casa por de dentro eran hechas de imaginería de piedra, de la con que estaba hecha la pared. Estas imágenes eran de ídolos, e en las bocas destos e por el cuerpo a partes tenían mucha sangre, de gordor de dos o tres dedos, e descubrió los ídolos de pedrería, e miró por allí lo que se pudo ver, e sospiró habiéndose puesto algo triste, e dijo, que todos lo oímos: “¡Oh Dios!, ¿por qué consientes que tan grandemente el diablo sea honrado en esta tierra? E ha, Señor, por bien que en ella te sirvamos”; e mandó llamar los intérpretes, e ya al ruido de los cascabeles se había llegado gente de aquella de los ídolos e díjoles: “Dios que hizo el cielo e la Tierra, os hizo a vosotros e a nosotros e a todos, e cría lo con que nos mantenemos, e si fuéremos buenos nos llevará al cielo, e si no, iremos al infierno, como más largamente os diré cuando más nos entendamos; e yo quiero que aquí donde tenéis estos ídolos esté la imagen de Dios y de su Madre Bendita, e traed agua para lavar estas paredes, e quitaremos de aquí todo esto”. Ellos se reían como que no fuera posible
hacerse, e dijeron: “No solamente esta cibdad, pero toda la tierra junta, tienen a éstos por sus dioses, y aquí está esto por Uchilobos, cuyos somos; e toda la gente no tiene en nada a sus padres e madres e hijos, en comparación deste, e determinarán de morir; e cata que de verte subir aquí se han puesto todos en armas, y quieren morir por sus dioses”. El marqués dijo a un español que fuese a que tuviesen grand recabdo en la persona de Muteczuma, e envió a que viniesen treinta o cuarenta hombres allí con él e respondió a aquellos sacerdotes: “Mucho me holgaré yo de pelear por mi Dios contra vuestros dioses, que son nonada”; y antes que los españoles por quien habie enviado viniesen, enojose de palabras que oie, e tomó con una barra de hierro que estaba allí, e comenzó a dar en los ídolos de pedrería; e yo prometo mi fe de gentilhombre, e juro por Dios que es verdad que me parece agora que el marqués saltaba sobrenatural, e se abalanzaba tomando la barra por en medio a dar en lo más alto de los ojos del ídolo, e así le quitó las máscaras de oro con la barra, diciendo: “A algo nos hemos de poner por Dios”. Aquella gente lo hicieron saber a Muteczuma, que estaba cerca de ahí el aposento, e Muteczuma envió a rogar al marqués que le dejase venir allí, e que en tanto que vinie no hiciese mal en los ídolos. El marqués mandó que viniese con gente que le guardase, e venido le dice que pusiésemos a nuestra imágenes a una parte e dejásemos sus dioses a otra. El marqués no quiso. Muteczuma dijo: “Pues yo trabajaré que se haga lo que queréis; pero habeisnos de dar los ídolos que los llevemos donde quisiéremos”, e el marqués se los dio, diciéndoles: “Ved que son piedra, e creé (creed) en Dios que hizo el cielo y la Tierra, e por la obra conoceréis al maestro”. Los ídolos fueron bajados de allí con una maravillosa manera e buen artificio, e lavaron las paredes de la casa, e al marqués le pareció que habie poco hueco en la casa, segund lo que por de fuera parecie, e mandó cavar en la pared frontera, donde se halló el masón de sangre e semillas e la tinaja de agua, e se deshizo, e le sacaron las joyas de oro, e hubo algund oro en una sepultura que encima de la torre estaba. El marqués hizo hacer dos altares: uno en una parte de la torre, que era partida en dos huecos, e otro en otra, e puso en una parte la imagen de Nuestra Señora en un retablico de tabla, e en otro la de Sant Cristóbal, porque no habie entonces otras imágenes; e dende en adelante se dicie allí misa; e los indios vinieron dende a ciertos días a traer ciertas manadas de maíz verde e muy lacias, diciendo: “Pues que nos quitastes nuestros dioses a quien rogábamos por agua, hacé al vuestro que nos la dé, porque se pierde lo sembrado”. El marqués les certificó que presto lloverie, e a todos nos encomendó que rogásemos a Dios por agua; e así otro día fuimos en procisión fasta la torre, e allá se dijo misa, e hacie buen sol, e cuando venimos llovie tanto que andábamos en el patio los pies cubiertos de agua, e así los indios se maravillaron mucho. Y desta manera estuvimos, e tinie el marqués tan recogida su gente, que ninguno salie un tiro de arcabuz del aposento sin licencia, e asimismo la gente tan en paz que se averiguó nunca reñir uno con otro: e Muteczuma siempre daba a los españoles algunas sortijas de oro, e a otros guarniciones de espadas de oro, e mujeres hermosas, e largamente de comer.
En este tiempo Muteczuma habló al marqués e le mostró en una manta pintados diez y ocho navíos, e los cinco dellos a la costa quebrados e
trastornados en el arena; porque ésta es la manera que ellos tienen de hacer relación de las cosas que bien quieren contar, e le dijo cómo había diez y ocho días que habien dado al través de la costa, casi cient leguas del puerto; e luego vino otro mensajero que traía pintado cómo ya surgen ciertos navíos en el puerto de Veracruz; e luego se temió el marqués que serie armada e gente que debía venir contra nosotros; llamome a mí, que en ese día había llegado de poner en paz ciertos señores de Cherula e Tascala que reñien sobre unos términos, e me mandó ir fuera del camino usado para que supiese qué se había hecho de la gente que él había dejado en la Villa Rica en la costa; e llevándome indios a cuestas de noche, e yo caminando de día a pie, llegué en tres días y medió a la Villa Rica, e ya habien hecho mensajeros al marqués el capitán de la dicha Villa, y enviádole tres españoles que prendió de los contrarios. Sabido el marqués de México cómo el armada era de Diego Velázquez, gobernador de Cuba e de la gente que en ella vinie, que eran, sin los que se perdieron en los cinco navíos que dieron al través, más de mill e tantos hombres, e que traían muy buena artillería e noventa de caballo e más de ciento e cincuenta ballesteros y escopeteros; e con todo esto determinó de los ir a buscar, e envió sus espías e corredores delante, e luego él se partió tras ellos, e llevó consigo ciertos señores favoritos de Muteczuma e sus vasallos e dejando poco más que cincuenta hombres en México en guarda de Muteczuma, e con ellos por capitán a don Pedro de Alvarado, que después fue gobernador de una provincia que se llama Guatemala, caminó para donde los españoles contrarios estaban. E los que estábamos en la villa que estaba en la costa, porque éramos pocos nos sobimos a una sierra, e cuando supimos que el marqués venía salimos a nos juntar con él. En este tiempo hubo españoles de los de la compañía del marqués que a vueltas de indios de los que iban a llevar yerba y de comer a los españoles nuestros contrarios, se entraban desnudos e teñidos como los indios, e miraban lo que los contrarios hacien y decían. Y es así que el capitán que con esta gente venía dijo a los indios que él venía no a más que a soltar a Muteczuma e prender al marqués e matarlo; por tanto que le ayudasen porque luego se había de ir de la tierra en llevándonos de allí e matando al marqués; e esto hizo mucho daño, e los indios le sirvien por mandado de Muteczuma, e también sirvien al marqués, puesto que ya algunos de los indios tenían al marqués buena voluntad. El marqués con hasta doscientos y cincuenta hombres que tenía consigo, se fue a poner en un pueblo de indios cerca de sus contrarios que estaban en otro pueblo, e desde allí envió mensajeros a Pánfilo de Narváez, que así se llamaba el capitán su contrario: e a ruego de algunos de su compañía, el Narváez envió mensajes al marqués, e se vinien a concertar por voluntad del Narváez e de los suyos que darien al marqués en aquella tierra cierta parte della, e le harien cierto que no irien contra él en cosa alguna, e que podría estar a su placer hasta tanto que el rey mandase lo que fuese su servicio; esto se entiende que habie de estar con su gente e por gobernador de la tierra que decimos que le querían dar. El marqués se comunicó con las más personas de bien de su compañía, e por su parecer de algunos el marqués aceptara el partido; e finalmente el marqués envió a mover otro partido, e despachó los que en su compañía estaban mensajeros de sus contrarios, diciendo que si aquel partido que enviaba a decir quisiese el capitán Narváez aceptar, si no, que luego que sus mensajeros volviesen daría la tregua por quebrada. E así luego que se fueron los mensajeros contrarios e los suyos se partió tras ellos, e anduvimos aquel día casi diez leguas, e en el camino salieron ciertos puercos monteses e venados e los de caballo los alancearon, e fuese el marqués a poner a dos leguas de los contrarios, e allí vinieron sus mensajeros a le decir cómo el capitán e los de su compañía se reían e burlaban de mover partido por nuestra parte, estando el nuestro tan bajo, e nos certificaron de la mucha e buena artillería que los contrarios tinien, e de cómo el capitán hacía mercedes de nuestras haciendas a los suyos. E allí cabo un río, en presencia de los mensajeros, el marqués llamó a todos sus compañeros, e les hizo una plática, diciéndoles: “Yo soy uno, e no puedo hacer por más que uno: partidos me han movido que a sola mi persona estaba bien; e porque a vosotros os estaban mal no los he aceptado: ya veis lo que dicen, y pues en cada uno de vos está esta cosa, segund lo que en sí sintiere de voluntad de pelear o querer paz, aquello diga cada cual, e no se le estorbará que haga lo que quisiere. Veis aquí me han dicho en secreto estos nuestros mensajeros cómo en el real de los contrarios se platica e tiene por cierto que vosotros me lleváis engañado a me poner en sus manos: por ende cada uno diga lo que le parece”. Todos o los más le satisficieron a lo de llevalle engañado, e en lo demás le rogamos afectuosamente que él dijese su parecer; e muy importunado de todos para que primero lo dijese, dijo como enojado: “Dígoos un refrán que se dice en Castilla, que es: ‘Muera el asno o quien lo aguija’; y éste es mi parecer, porque veo que hacer otra cosa, a todos e a mí nos será grande afrenta; e no porque hagamos lo que ellos quisieren, asegurarnos todas las vidas, antes algunas correrán riesgo; pero sobre mi parecer ved el vuestro, e cada cual tiene razón de decir su parecer”. E luego todos unánimes alzamos una voz de alegría, diciendo: “Viva tal capitán, que tan buen parecer tiene”; e así lo tomamos en los hombros muchos de nosotros, fasta que nos rogó lo dejásemos; e íbamos mojados porque había llovido, e con deseo de asar la carne de los venados e puercos que los de caballo habían muerto; e fuímonos a poner a una legua de los contrarios, e mandonos el marqués que no hiciésemos lumbre porque no fuésemos vistos; e puestas centinelas e escuchas dobladas, quisimos reposar algund tanto, e no podíamos, como viniemos mojados, e hacía un aire muy fresco. El marqués recordó, o por mejor decir, como no pudie dormir llamó sin tocar atambor, e dijo: “Señores, ya sabéis que es muy ordinario en la gente de guerra decir ‘al alba dar en sus enemigos’; e si hemos sido sintidos, a esta hora nos esperan nuestros contrarios; e si no nos han sentido, pues no podemos dormir, mejor será gastar el tiempo peleando e holgar lo que nos quedare de (desde) que hayamos vencido, que gastallo con la pasión que el frío nos da”; e así nos levantamos e nos hizo otra plática diciendo que aún tiniemos tiempo de acordar si sería mejor pelear o no; e respondiéndole que queríamos morir o vencer, caminó, e cerca del aposento de los contrarios, poco más que una milla, nuestros corredores tomaron una de dos escuchas que los españoles tenían puestas, e el otro huyó; e preguntando al que tomamos cómo estaban en su real, nos dijo que habían tenido nueva de indios que íbamos, e estaban acordados de al alba salir a nosotros, e díjonos la manera de cómo estaba puesta el artillería e la orden que la gente tinie, e decía verdad, e el marqués dijo que no le hiciesen mal, porque lo querían ahorcar sobre que dijese verdad; e su compañero que se huyó dio mandado en su real, e allá se creyeron que íbamos allí a nos poner para gastar lo que de la noche quedaba, para al alba dar en ellos; e así tornaron a mandar que reposase la gente e al alba saliesen al campo; e con todo el capitán e ciertos gentileshombres se armaron e estaban despiertos e hablando en nuestra ida e tiniéndonos por locos. E el marqués había apartado ochenta hombres para que fuesen a la casa del capitán, sin se detener en otra parte, e procurasen de lo prender o matar; e para esto dio un mandamiento a un gentilhombre que era su alguacil mayor, en que le dicie: “Iréis adonde Pánfilo de Narváez está, e mándoos que le prendáis o matéis porque así conviene al servicio del rey nuestro señor”; e desto reíamos mucho algunos de nosotros; e cuando llegamos junto a los contrarios llovie e habie llovido, e el artillero tenía los fogones de los tiros tapados con cera por el agua; e así llegamos juntos a las centinelas sin que nos sintiesen, e iban huyendo e diciendo: “Arma, arma”, e los nuestros tras ellos tocando arma con el atambor; y estando en el patio de su aposento, el marqués mandó a toda priesa a los ochenta hombres acometiesen a la casa del capitán, e él quedaba detrás de nosotros desarmado e prendiendo a los contrarios; porque como tocó su arma a la nuestra junta, vinien los contrarios a nuestra gente, creyendo que eran de los suyos, a preguntar “¿qué es esto?” e así los prendien. E el marqués tuvo aviso de cortar e hacer cortar los látigos de las cinchas de los caballos, que como pensaban desde a poco salir al campo, todos tenían ensillados sus caballos e comiendo; e algunos que acudien a enfrenarlos, como estaban los látigos cortados, en cabalgando luego caien, o desde a poco. E los ochenta hombres que delante íbamos fuimos a la casa del capitán, e ternie consigo fasta treinta gentileshombres, e delante su aposento tenían diez o doce tirillos de campo, e el artillero e otros, turbados e sobresaltados, quitaban unas piedras o tejas de sobre los fogones e cebaban sobre la cera, e cuando quisieron poner fuego vimos que los tiros no salían, e ganámoselos e peleamos con el capitán e con los que con él estaban, e algunos hubo de nuestros contrarios que vinieron de fuera, e rompiendo por nosotros se metieron con su capitán, e retrajímoslos todos adentro de la casa, e no pudiéndoles entrar pegamos fuego a la casa, e así se dieron, e prendimos al capitán e a algunos de los otros; e luego, antes que la victoria se conociese, el marqués mandó gritar, e a grandes voces decían los suyos: “¡Viva Cortés que lleva la victoria!” e así se retrajeron a una torre alta de un ídolo de aquel pueblo casi cuatrocientos hombres, e muchos de los de a caballo o los más que adobaron sus cinchas e cabalgaron e se salieron al campo. E aquí acaeció que como ganamos el artillería, algunos tiros se derribaron de do estaban, e otros habien llevado los nuestros, e como un caballero mancebo topase con ocho barriles de pólvora e un m.° (¿medio?) tonel de alquitrán, e oyó decir que los enemigos se hacien fuertes e se salien al campo para aguardar la mañana e venir a pelear, e como no vio los tiros, con deseo que tinie de ver por los suyos la victoria, e porque creyó que los contrarios tenían el artillería que él echaba menos, se metió entre los barriles de pólvora, diciendo a otros compañeros: “Haceos afuera, e quemaré esta pólvora, porque los enemigos no la hayan e nos hagan daño con el artillería que tienen”; e con fuego que en la mano llevaba de un haz de paja encendida, procuraba de quemar la pólvora e como no podía por estar en barriles, con la espada desfondó uno de ellos, encomendándose a Dios metió el fuego dentro e dejose caer en el suelo porque la furia de la pólvora no lo tomase. E acaeció que el marinero que sacó los barriles de pólvora del navío, sacó siete barriles de pólvora e uno de alpargates, creyendo que fuese de pólvora, porque tenía la marca que los otros; e como metiese las pajas e fuego en el barril e no ardiese, procuraba de abrir otro; e a esta sazón el marqués vino por allí, que andaba peleando, y ya no hallaba con quién, e preguntó: “¿Qué es eso?” e yo le dije lo que pasaba, e dijo: “¡Oh, hermano! No hagáis eso, que moriréis e muchos de los nuestros que por aquí cerca están”; e así se entró entre los barriles de pólvora, e con las manos e pies mataba el fuego. E llevada la pólvora a una casa pequeña de un ídolo donde él tinie algunos de los contrarios presos, e encomendándolos a un capitán, mandó traer algunos de los tiros, e batía en la torre donde los españoles estaban, e así se dieron, e mandó al capitán que tenía a cargo los presos, que si viese revuelta alguna o que los del campo venían, matase todos los presos, e esto le mandó decir en manera que el general de los contrarios e los demás prisioneros lo oyeron, e el general envió una seña a les mandar e rogar que viniesen a la obidiencia del marqués, por le dar la vida a él y a los presos; e así vinieron e se dieron a prisión, e así el marqués, haciéndoles quitar a todos las armas e tomando juramento dellos e a otros la fe, se aseguró dellos, e dende a dos días les mandó volver sus armas, quedando preso el capitán e algunos otros.